Los aventureros del siglo XX se adentraban en los rincones más vírgenes e inhóspitos del planeta. Querían ser los primeros en llegar al Polo Norte, al Polo Sur o a la cumbre del Everest. Solo un siglo después ya no está de moda ser los primeros, sino los últimos.
El cambio climático ha impulsado una tendencia en el turismo mundial conocida como “turismo de última oportunidad (TUO)”, para conocer las riquezas medioambientales más vulnerables antes de que desaparezcan. En el fondo, este turismo nace de la misma sensación de rareza y singularidad en el que se basaban aquellas “primeras veces”.
Buscando ver algo único y efímero viajamos hasta la Gran Barrera de Coral, las Maldivas, el Monte Kilimanjaro o el Polo Norte. Los destinos de última oportunidad también incluyen valores culturales en desaparición. Miles de turistas fueron a Alemania para presenciar la "última" parte del muro de Berlín antes de su caída entre 1989 y 1990. Durante el verano de 2008, miles de aficionados abarrotaron el estadio de los Yankees para presenciar el último partido jugado en su histórico estadio antes de su demolición.
Este tipo de turismo se basa en la búsqueda de lo efímero y único, llevando a los viajeros a lugares icónicos como arrecifes de coral, montañas glaciares o regiones polares. También incluye destinos con valores culturales en peligro de perderse para siempre. Pero, aunque resulta una interesante forma de hacer turismo, plantea importantes retos desde el ámbito de la sostenibilidad.
La atracción hacia lo efímero.
El turismo de última oportunidad está impulsado por un fenómeno psicológico conocido como el miedo a la pérdida. Es como si estos lugares efímeros nos provocasen una atracción especial. Y es que, los seres humanos, por lo general, preferimos no perder algo antes que ganar otra cosa que nos puede dar más satisfacción.
Este sentimiento de urgencia por experimentar algo antes de que ya no sea posible ha llevado, por ejemplo, a turistas a viajar a Australia para subir al Uluru, una roca sagrada que finalmente se cerró al público por respeto a su valor cultural y espiritual.
Cuando aplicamos esta mentalidad al turismo, priorizamos visitar destinos en riesgo de desaparecer antes que otros más duraderos, aunque estos últimos puedan resultarnos igualmente interesantes. Sin embargo, este comportamiento a menudo agrava los problemas de conservación de esos mismos lugares vulnerables.
La paradoja del turismo de última oportunidad.
Con frecuencia, el turismo masivo degrada el tejido cultural y ambiental de los destinos, haciendo que pierdan su autenticidad. Además, muchos de los paisajes o especies en peligro se encuentran en regiones remotas, lo que suele implicar largos viajes en avión, un medio de transporte altamente contaminante. Paradójicamente, al visitar lugares amenazados por el cambio climático, los turistas contribuyen a acelerar el proceso que los pone en riesgo.
Un claro ejemplo de esta paradoja son los osos polares. Este tipo de turismo surgió, en gran medida, debido al interés creciente por visitar regiones polares y glaciares, que son especialmente vulnerables al cambio climático. Estas áreas, que están experimentando un aumento acelerado de las temperaturas, no solo ven alterados sus paisajes, sino también la fauna que las habita.
En Churchill, Canadá, uno de los últimos lugares donde es posible observar osos polares en su hábitat natural, el turismo se ha disparado por la urgencia de ver a estos animales antes de que desaparezcan. Sin embargo, casi todos los turistas necesitan recorrer largas distancias para llegar, lo que incrementa las emisiones de gases de efecto invernadero y, con ello, agrava el cambio climático.
El reto de equilibrar turismo y sostenibilidad.
El turismo de última oportunidad plantea una paradoja de visitar para preservar, pero al hacerlo, contribuir a la degradación.
Sin embargo, abandonar estos destinos no es la solución, ya que el turismo, gestionado de forma responsable, puede ser una herramienta clave para su conservación.
Para lograr este equilibrio, es fundamental adoptar prácticas sostenibles, como:
- Priorizar el uso de medios de transporte menos contaminantes, como el tren.
- Viajar en temporada baja para reducir la presión turística.
- Respetar las recomendaciones locales para minimizar el impacto en el entorno.
Asimismo, los destinos pueden implementar políticas responsables que equilibren la afluencia turística con la conservación de su patrimonio natural y cultural.
Viajar con responsabilidad.
Explorar el mundo y maravillarnos con sus paisajes únicos forma parte de nuestra esencia como seres humanos. Sin embargo, es nuestra responsabilidad hacerlo de manera respetuosa con los entornos que visitamos. Desde evitar impactos innecesarios hasta apoyar iniciativas de turismo sostenible, cada decisión cuenta para garantizar que estos destinos puedan perdurar en el tiempo.
El turismo de última oportunidad nos invita a reflexionar sobre nuestra conexión con el mundo y nuestro impacto en él. Viajar puede ser una experiencia transformadora, pero debe ir acompañada de un compromiso real con la sostenibilidad y la conservación. Cada rincón que visitamos no solo es parte de nuestra historia, sino también del legado que dejamos para las generaciones futuras.